Libreto | Ordenación Presbiteral del Diácono Victor Manuel Tamayo

 
LIBRETO 
ORDENACIÓN PRESBITERAL DEL DIÁCONO
VICTOR MANUEL TAMAYO

PRESIDIDA POR S.E.R
PABLO RUDELLI
ARZOBISPO DE MEDELLÍN
26.08.2024

RITOS INICIALES

CANTO DE ENTRADA

JESUCRISTO, HAZ DE NOSOTROS UN PUEBLO SACERDOTAL
PARA DIOS, NUESTRO PADRE.
A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS.

Hoy te cantamos, oh Hijo Predilecto del Padre,
hoy te alabamos, Ciencia eterna y Verbo de Dios.
Hoy te cantamos Hijo de María, la Virgen,
hoy te alabamos, Cristo nuestro hermano y nuestro Salvador.
A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. ℟.

Hoy te cantamos, Luz de esplendor eterno,
hoy te alabamos, Estrella de la mañana que anuncia el día.
Hoy te cantamos, Mesías esperado por los pobres,
hoy te alabamos, oh Cristo nuestro Rey y Príncipe de la paz.
A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. ℟.

Hoy te cantamos, Cordero de la Pascua eterna,
hoy te alabamos, víctima inmolada por nuestros pecados.
Hoy te cantamos, Cristo salvador inmortal,
hoy te alabamos, por tu muerte y resurrección.
A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. ℟.

Hoy te cantamos, mediador entre Dios y los hombres,
hoy te alabamos, oh Ruta viviente del cielo.
Hoy te cantamos, Sacerdote de la Nueva Alianza,
hoy te alabamos, Tú eres nuestra paz por la sangre de la cruz.
A ÉL LA GLORIA Y EL PODER POR LOS SIGLOS. ℟.

Terminado el canto de entrada, el sacerdote y los fieles, de pie, se santiguan con la señal de la cruz, mientras el sacerdote, vuelto hacia el pueblo, dice: 
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. 
℟. Amén.

La paz esté con ustedes.
℟. Y con tu espíritu.

ACTO PENITENCIAL

A continuación se hace el acto penitencial, al que el sacerdote invita a los fieles, diciendo:
Al comenzar esta celebración eucarística, pidamos a Dios que nos conceda la conversión de nuestros corazones; así obtendremos la reconciliación y se acrecentará nuestra comunión con Dios y con nuestros hermanos.

Pausa de silencio.

todos dicen en común la fórmula de la confesión general: 
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.  
Y, golpeándose el pecho, dicen:
Por mi culpa, por mi culpa, por mí gran culpa. 
Luego, prosiguen:
Por eso ruego a santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor. 

Sigue la absolución del sacerdote: 
Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna. 
℟. Amén.

SEÑOR, TEN PIEDAD

Señor, Señor ten piedad, 
Señor, Señor ten piedad.
SEÑOR, SEÑOR TEN PIEDAD, 
SEÑOR, SEÑOR TEN PIEDAD.

Cristo, Cristo ten piedad, 
Cristo, Cristo ten piedad.
CRISTO, CRISTO TEN PIEDAD, 
CRISTO, CRISTO TEN PIEDAD.

Señor, Señor ten piedad, 
Señor, Señor ten piedad.
SEÑOR, SEÑOR TEN PIEDAD, 
SEÑOR, SEÑOR TEN PIEDAD.

GLORIA

GLORIA A DIOS EN EL CIELO,
Y EN LA TIERRA PAZ A LOS HOMBRES
QUE AMA EL SEÑOR, QUE AMA EL SEÑOR.

Por tu inmensa gloria te alabamos,
te bendecimos,
te adoramos,
te glorificamos,
te damos gracias, ℟.

Señor Dios, Rey celestial,
Dios Padre todopoderoso.
Señor, Hijo único, Jesucristo;
Señor Dios, Cordero de Dios,
Hijo del Padre; ℟.

tú que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros;
tú que quitas el pecado del mundo,
atiende nuestra súplica;
tú que estás sentado a la derecha del Padre,
ten piedad de nosotros; ℟.

porque sólo tú eres Santo,
sólo tú Señor,
sólo tú Altísimo, Jesucristo,
con el Espíritu Santo
en la gloria de Dios Padre. ℟.

AMÉN.

ORACIÓN COLECTA

Terminado el himno, el sacerdote, con las manos juntas, dice: 
Oremos.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante un breve espacio de tiempo. Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración colecta:  
Señor Dios nuestro, que para regir a tu pueblo has querido servirte del ministerio de los sacerdotes, concede a este diácono de tu Iglesia que ha sido elegido para el ministerio presbiteral perseverar al servicio de tu voluntad para que, en su ministerio y en su vida, pueda buscar tu gloria en Cristo.
Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
℟. Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA
(Jer 1, 1. 4-10)

Te constituí­ profeta de las naciones.

Lectura del libro de Jeremí­as.

Palabras de Jeremí­as, hijo de Jilquí­as, uno de los sacerdotes de Anatot, en territorio de Benjamí­n.
El Señor me dirigió la palabra:
«Antes de formarte en el vientre, te elegí­; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí­ profeta de las naciones».
Yo repuse:
«¡Ay, Señor, Dios mí­o! Mira que no sé hablar, que sólo soy un niño».
El Señor me contestó:
«No digas que eres un niño, pues irás adonde yo te enví­e y dirás lo que yo te ordene. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—».
El Señor extendió la mano, tocó mi boca y me dijo:
«Voy a poner mis palabras en tu boca. Desde hoy te doy poder sobre pueblos y reinos para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar».

Palabra de Dios.
℟. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL

℟. Te doy gracias, porque me formaste, 
de manera tan admirable.

Señor, tú me sondeas y me conoces;
tú sabes si me siento o me levanto,
de lejos percibes lo que pienso;
te das cuenta si camino o si descanso,
y mis pasos te son familiares. ℟.

Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el vientre de mi madre.
Te doy gracias, porque fui formado 
de manera tan admirable,
que maravillosas tus obras. ℟.

Tu conocías hasta el fondo de mi alma,
y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto;
cuando era tejido en lo profundo de la tierra. ℟.

SEGUNDA LECTURA
(2 Cor 4, 1-2. 5-7)

Predicamos a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos de ustedes.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios.

Hermanos:
Encargados de este ministerio por la misericordia obtenida, no nos acobardamos; al contrario, hemos renunciado a la clandestinidad vergonzante, no actuando con intrigas ni falseando la palabra de Dios; sino que, manifestando la verdad, nos recomendamos a la conciencia de todo el mundo delante de Dios.
Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos de ustedes por Jesús.
Pues el Dios que dijo: Brille la luz del seno de las tinieblas ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo. 
Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.

Palabra de Dios.
℟. Te alabamos, Señor.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO

℟. ALELUYA, ALELUYA, ALELUYA.

℣. BME UNGES LA CABEZA CON FERFUME SEÑOR;
LLENAS MI COPA HASTA LOS BORDES.

℟. ALELUYA, ALELUYA, ALELUYA.

EVANGELIO
(Jn 16, 6. 14-19)

Santifícalos en la verdad.

℣. El Señor esté con ustedes.
℟. Y con tu espíritu.

 Lectura del Santo Evangelio según san Juan.
℟. Gloria a ti, Señor.

En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, oró, diciendo:
«Padre santo, he manifestado tu nombre 
a los que me diste de en medio del mundo. 
Tuyos eran, y tú me los diste, 
y ellos han guardado tu palabra. 
Yo les he dado tu palabra, 
y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, 
como tampoco yo soy del mundo. 
No ruego que los retires del mundo, 
sino que los guardes del maligno. 
No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 
Santifícalos en la verdad: 
tu palabra es verdad. 
Como tú me enviaste al mundo, 
así yo los envío también al mundo. 
Y por ellos yo me santifico a mí mismo, 
para que también ellos sean santificados en la verdad».

℣. Palabra del Señor.
℟. Gloria a ti, Señor Jesús.

LITURGIA DE LA ORDENACIÓN

ELECCIÓN DEL CANDIDATO

El ordenando es llamado por el diácono  e la forma siguiente:
Acerqúese el que va a ser ordenado presbítero.

E inmediatamente lo nombra; y el llamado dice:
Presente.

Y se acerca al Obispo, a quien hace una reverencia.
Permaneciendo el ordenando en pie ante el Obispo, un presbítero designado por el Obispo dice: 
Reverendísimo Padre, la santa Madre Iglesia pide que ordenes presbítero a este hermano nuestro.

El obispo le pregunta: 
¿Sabes si es digno?

Y él responde:
Según el parecer de quienes lo presentan, después de consultar al pueblo cristiano, doy testimonio de que ha sido considerado digno.

El Obispo:
Con el auxilio de Dios y de Jesucristo, nuestro Salvador, elegimos a este hermano nuestro para el Orden de los presbíteros.

Todos responden:
℟. Demos gracias a Dios.

Luego se hace la homilía.

PROMESA DEL ELEGIDO

Después de la homilía , solamente se levanta el elegido y se pone de pie ante el Obispo, quien le interroga con estas palabras:
Querido hijo: Antes de entrar en el Orden de los presbíteros debes manifestar ante el pueblo tu voluntad de recibir este ministerio. 
¿Estás dispuesto a desempeñar siempre el ministerio sacerdotal en el grado de presbítero, como buen colaborador del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor y dejándote guiar por el Espíritu Santo?
El elegido responde:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Realizarás el ministerio de la palabra, preparando la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación y sabiduría?
El elegido:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Estás dispuesto a presidir con piedad y fielmente la celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia?
El elegido:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Estás dispuesto a invocar la misericordia divina con nosotros, en favor del pueblo que te sea encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?
El elegido:
Si, quiero.

El Obispo:
¿Quieres unirte cada día más a Cristo, sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa, y con él consagrarte a Dios para la salvación de los hombres?
El elegido:
Si, quiero, con la Gracia de Dios.

Seguidamente, el elegido se acerca al Obispo y, de rodillas ante él, pone sus manos juntas entre las manos del Obispo.
El Obispo interroga al elegido, diciendo, si es su Ordinario:
¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?
El elegido:
Prometo.

El Obispo concluye siempre:
Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.

SÚPLICA LITÁNICA

Seguidamente, todos se levantan. 
El Obispo, dejando la mitra, de pie, con las manos juntas y de cara al pueblo, hace la invitación:
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que derrame generosamente sus dones sobre este elegido para el ministerio de los presbíteros.

Entonces el elegido se postra en tierra, y se cantan las letanías, respondiendo todos; en los domingos y durante el Tiempo Pascual, se hace estando todos de pie y en los demás días de rodillas, en cuyo caso el diácono dice:
Pongámonos de rodillas.

Los cantores comienzan las letanías (las invocaciones sobre el elegido se hacen en singular).

Concluido el canto de las letanías, el Obispo, en pie y con las manos extendidas, dice:
Escúchanos, Señor, Dios nuestro, y derrama sobre este siervo tu Espíritu Santo y la gracia sacerdotal; concede la abundancia de tus bienes a quien consagramos en tu presencia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén.

El diácono, si el caso lo requiere, dice:
Pueden levantarse.
Y todos se levantan.

IMPOSICIÓN DE MANOS 
Y PLEGARIA DE ORDENACIÓN

El elegido se levanta; se acerca al Obispo, que está de pie delante de la sede y con mitra, y se arrodilla ante él.

El Obispo le impone en silencio las manos sobre la cabeza.

Después de la imposición de manos del Obispo, todos los presbiteros presentes, vestidos de estola, imponen igualmente en silencio las manos sobre el elegido.

Tras dicha imposición de manos, los presbiteros permanecen junto al Obispo hasta que se haya concluido la Plegaria de Ordenación, pero de modo que la ceremonia pueda ser bien vista por los fieles.

Estando el elegido arrodillado ante él, el Obispo, sin mitra, con las manos extendidas, dice la Plegaria de Ordenación:
Asístenos, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, autor de la dignidad humana y dispensador de todo don y gracia; por ti progresan tus criaturas y por ti se consolidan todas las cosas. Para formar el pueblo sacerdotal, tú dispones con la fuerza del Espíritu Santo en órdenes diversos a los ministros de tu Hijo Jesucristo. 

Ya en la primera Alianza aumentaron los oficios, instituidos con signos sagrados. Cuando pusiste a Moisés y Aarón al frente de tu pueblo, para gobernarlo y santificarlo, les elegiste colaboradores, subordinados en orden y dignidad, que les acompañaran y secundaran. 

Así, en el desierto, diste parte del espíritu de Moisés, comunicándolo a los setenta varones prudentes con los cuales gobernó más fácilmente a tu pueblo.Así también hiciste partícipes a los hijos de Aarón de la abundante plenitud otorgada a su padre, para que un número suficiente de sacerdotes ofreciera, según la ley, los sacrificios, sombra de los bienes futuros.

Finalmente, cuando llegó la plenitud de los tiempos, enviaste al mundo, Padre santo, a tu Hijo, Jesús, Apóstol y Pontífice de la fe que profesamos. Él, movido por el Espíritu Santo, se ofreció a ti como sacrificio sin mancha, y habiendo consagrado a los apóstoles con la verdad, los hizo partícipes de su misión; a ellos, a su vez, les diste colaboradores para anunciar y realizar por el mundo entero la obra de la salvación. 

También ahora, Señor, te pedimos nos concedas, como ayuda a nuestra limitación, estos colaboradores que necesitamos para ejercer el sacerdocio apostólico.

Te pedimos Padre Todopoderoso, que confieras a este siervo tuyo la dignidad del Presbiterado; renueva en su corazón el Espíritu de santidad; reciba de ti el segundo grado del Ministerio Sacerdotal y sea, con su conducta, ejemplo de vida.

Sea honrado colaborador del orden de los obispos, para que por su predicación, y con la gracia del Espíritu Santo, la palabra del Evangelio dé fruto en el corazón de los hombres y llegue hasta los confines del orbe. Sea con nosotros fiel dispensador de tus misterios, para que tu pueblo se renueve con el baño del nuevo nacimiento, y se alimente de tu altar; para que los pecadores sean reconciliados y sean confortados los enfermos. Que en comunión con nosotros, Señor, implore tu misericordia por el pueblo que se le confía y en favor del mundo entero. Así todas las naciones, congregadas en Cristo, formarán un único pueblo tuyo que alcanzará su plenitud en tu Reino. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
℟. Amén.

UNCIÓN DE LAS MANOS 
Y ENTREGA DEL PAN Y EL VINO

Concluida la Plegaria de Ordenación, se sientan todos. El Obispo recibe la mitra. El ordenado se levanta. Los presbiteros presentes tornan a su puesto; pero uno de ellos coloca al ordenado la estola al estilo presbiteral y le viste la casulla.

Seguidamente, el Obispo toma el gremial y, oportunamente informado el pueblo, unge con el sagrado crisma las palmas de las manos del ordenado, arrodillado ante él, diciendo:
Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio.

Seguidamente, el Obispo toma el gremial y, oportunamente informado el pueblo, unge con el sagrado crisma las palmas de las manos del ordenado, arrodillado ante él, diciendo:
Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio.
Después, Obispo y ordenado se lavan las manos.

Seguidamente, los fieles llevan el pan sobre la patena y el cáliz, ya con el vino y el agua, para la celebración de la Misa. El diácono lo recibe y se lo entrega al Obispo, quien a su vez lo pone en manos del ordenado, arrodillado ante él, diciendo:
Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor.

Finalmente, el Obispo besa al ordenado, diciendo:
La paz contigo.

El ordenado responde:
Y con tu espíritu.

Y lo mismo hacen todos o al menos algunos presbiteros presentes.

Prosigue la Misa como de costumbre.

LITURGIA EUCARÍSTICA

CANTO DE OFERTORIO

Cantemos al Señor con alegría,
unidos a la voz del pastor santo;
demos gracias a Dios, que es luz y guía,
solícito pastor de su rebaño.

Es su voz y su amor el que nos llama
en la voz del pastor que él ha elegido,
es su amor infinito el que nos ama
en la entrega y amor de este otro Cristo.

Conociendo en la fe su fiel presencia,
hambrientos de verdad y luz divina,
sigamos al pastor que es providencia
de pastos abundantes que son vida.

Apacienta, Señor, guarda a tus hijos,
manda siempre a tu mies trabajadores;
cada aurora, a la puerta del aprisco,
nos aguarde el amor de tus pastores.

Inciensa las ofrendas, la cruz y el altar. Después el diácono, u otro ministro, inciensa al sacerdote y al pueblo.

Después, de pie en el centro del aftar, de cara al pueblo, extendiendo y juntando las manos, dice:
Oren, hermanos, para que este sacrificio, mío y de ustedes, Sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
℟. El Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Luego el Sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración sobre las ofrendas:  
Oh, Dios, tú has querido que tus sacerdotes sean ministros del santo altar y del pueblo, concede en tu bondad, por la eficacia de este sacrificio, que el ministerio de tus siervos te sea siempre grato y dé, en tu Iglesia, frutos que siempre permanezcan.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén. 

PREFACIO
El sacerdocio de Cristo y el ministerio de los sacerdotes

℣. El Señor esté con ustedes.
℟. Y con tu espíritu.

℣. Levantemos el corazón.
℟. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

℣. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
℟. Es justo y necesario.

El sacerdote prosigue el prefacio, con las manos extendidas:  
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.

Pues, por la unción del Espíritu Santo, constituiste a tu Unigénito pontífice de la nueva y eterna alianza, y determinaste, en tu designio salvífico, perpetuar en la Iglesia su único sacerdocio.

Él no solo confiere la dignidad del sacerdocio real a todo el pueblo redimido, sino que, con fraternal predilección, elige a algunos hombres, para hacerlos, por la imposición de las manos, participes de su ministerio santo.

Ellos renuevan en su nombre el sacrificio de la redención humana, preparan para tus hijos el banquete pascual, preceden a tu pueblo santo en el amor, lo alimentan con la palabra y lo fortalecen con los sacramentos.

Entregando su vida por Ti y por sus hermanos, tus sacerdotes, Señor, van configurándose a Cristo, y han de darte testimonio constante de fidelidad y amor.

Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los ángeles y con todos los santos, diciendo:

SANTO

Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del Universo.
Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO,
HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.

Bendito, bendito el que viene en nombre del Señor.

HOSANNA, HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO,
HOSANNA, HOSANNA EN EL CIELO.

PLEGARIA EUCARÍSTICA III

El sacerdote, con las manos extendidas, dice:
CP:  
SANTO eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus crea turas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso.

Junta las manos y, manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas, dice: 
CC:
Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti,  

Junta las manos y traza el signo de la cruz sobre el pan y el cáliz conjuntamente, diciendo:
de manera que se conviertan en el Cuerpo  la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, Junta las manos. que nos mandó celebrar estos misterios. 

Porque él mismo, la noche en que iba a ser entregado,

Toma el pan y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue: 
tomó pan, y dando gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos. 

Muestra el pan consagrado al pueblo, lo deposita luego sobre la patena y lo adora haciendo genuflexión.

Después prosigue: 
Del mismo modo, acabada la cena, 

Toma el cáliz y, sosteniéndolo un poco elevado sobre el altar, prosigue: 
tomó el cáliz, dando gracias te bendijo, y lo pasó a sus discípulos. 

Muestra el cáliz al pueblo, lo deposita luego sobre el corporal y lo adora haciendo genuflexión.

Luego dice: 
CP:
Éste es el Misterio de la fe. Cristo nos redimió.
℟. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas.

Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice: 
CC:
Así, pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo, de su admirable resurrección y ascensión al cielo, mientras esperamos su venida gloriosa, te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo. 

Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para que, fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. 

C1: 
Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos: con María, la Virgen Madre de Dios, su esposo san José, los apóstoles y los mártires, [san N.: santo del día o patrono] y todos los santos, por cuya intercesión confiamos obtener siempre tu ayuda.

C2: 
Te pedimos, Padre, que esta Víctima de reconciliación traiga la paz y la salvación al mundo entero. Confirma en la fe y en la caridad a tu Iglesia, peregrina en la tierra: a tu servidor, el Papa Juan Pablo VI, a nuestro Obispo Pablo, al orden episcopal, a este siervo tuyo que ha sido ordenado hoy presbítero de la Iglesia, a los demás presbíteros, a los diáconos, y a todo el pueblo redimido por ti.

Atiende los deseos y súplicas de esta familia que has congregado en tu presencia. Reúne en torno a ti, Padre misericordioso, a todos tus hijos dispersos por el mundo. 

 A nuestros hermanos difuntos y a cuantos murieron en tu amistad recíbelos en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria,  

Junta las manos. 
por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes. 

Toma la patena con el pan consagrado y el cáliz, los eleva y dice:
CP o CC:
Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. 
℟. Amén.

RITO DE COMUNIÓN

Una vez depositados el cáliz y la patena sobre el altar, el sacerdote, con las manos juntas, dice:
Llenos de alegría por ser hijos de Dios, digamos confiadamente la oración que Cristo nos enseñó:

Extiende las manos y, junto con el pueblo, continúa:
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Solo el sacerdote, con las manos extendidas, prosigue diciendo:
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.
℟. Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.  

Solo el sacerdote, con las manos extendidas, prosigue diciendo:
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles: «La paz os dejo, mi paz os doy», no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. 
Junta las manos. 
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
℟. Amén. 

El sacerdote, vuelto hacia el pueblo, extendiendo y juntando las manos, alidde: 
La paz del Señor esté siempre con ustedes.
℟. Y con tu espíritu. 

Luego, si se juzga oportuno, el diácono, o el sacerdote, añade: 
Dense fraternalmente la paz.

CORDERO DE DIOS

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 

TEN PIEDAD, TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 

TEN PIEDAD, TEN PIEDAD DE NOSOTROS.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 

DANOS, DANOS LA PAZ, LA PAZ.

El sacerdote hace genuflexión, toma el pan consagrado y, sosteniéndolo un poco elevado sobre la patena o sobre el cáliz, de cara al pueblo, dice con voz clara:
Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor.
℟. Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.

CANTO DE COMUNIÓN

Qué hermosos en los montes y en las colinas y en las colinas,
los pies del mensajero que va de prisa, que va de prisa.
lleva dentro la tienda para su abrigo,
el secreto del Reino, la paz de Cristo.

DONDE QUIERA QUE VAYAS YO ESTOY CONTIGO, YO ESTOY CONTIGO,
LEVÁNTATE NO TEMAS QUE YO TE ENVÍO, QUE YO TE ENVÍO.

Yo no tengo palabras, yo soy un niño, yo soy un niño,
tu verdad me hace libre, pero no atino, pero no atino,
a decir tus secretos, ni tus caminos,
ni a revelar tu rostro mientras te sigo. ℟.

Tú pusiste en mis manos grano y vacío, grano y vacío,
herramienta y fatiga, pan y vasija, pan y vasija.
Tú pusiste la lluvia y el sol fecundo
y la cuenta infinita de tus gavillas. ℟.

Siempre estoy comenzando nueva tarea, nueva tarea,
porque Tú me acompañas y Tú me guías, y Tú me guías.
Porque Tú me lo mandas para que sea
un grano de palabra, de vida nueva. ℟.


ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Luego, de pie en el altar o en la sede, el sacerdote, vuelto hacia el pueblo, con las manos juntas, dice:
Oremos.
Y todos, junto con el sacerdote, oran en silencio durante unos momentos, a no ser que este silencio ya se hdya hecho antes. Después el sacerdote, con las manos extendidas, dice la oración después de la Comunión:
Te pedimos, Señor, que el sacrificio santo que te hemos ofrecido y recibido en comunión llene de vida a tus sacerdotes y a todos tus siervos, para que, unidos a ti por un amor constante, puedan servir dignamente a tu majestad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén.

RITO DE CONCLUSIÓN

BENDICIÓN

Después tiene lugar la despedida. El sacerdote, vuelto hacia el pueblo, extendiendo las manos, dice:  
El Señor esté con ustedes.
℟. Y con tu espíritu. 

El obispo, con las manos extendidas sobre el presbítero recién ordenado y el pueblo, dice:
Inclínense para recibir la bendición.
 
℣. Dios, que dirige y gobierna la Iglesia, te proteja siempre con su gracia para que cumplas fielmente el ministerio presbiteral.
℟. Amén.

℣. Que él te haga servidor y testigo en el mundo de la verdad y del amor divino, y ministro fieles de la reconciliación.
℟. Amén.

℣. Y que te haga pastor verdadero que distribuya a los fieles la palabra de la vida y el pan vivo, para que crezcan en la unidad del cuerpo de Cristo.
℟. Amén.

Y bendice a todo el pueblo añadiendo:
℣. Y a todos ustedes, que están aqui presentes, los bendiga Dios todopoderoso, Padre , Hijo , y Espíritu ✠ Santo.
℟. Amén.

Luego el diácono, o el mismo sacerdote, con las manos juntas, vuelto hacia el pueblo, dice:
Pueden ir en paz. 
℟. Demos gracias a Dios.

Después el sacerdote venera el altar con un beso, como al comienzo. Seguidamente, hecha una inclinación profunda con los ministros, se retira.

CANTO DE SALIDA

MI ALMA GLORIFICA AL SEÑOR MI DIOS,
GÓZASE MI ESPÍRITU EN MI SALVADOR,
EL ES MI ALEGRÍA, ES MI PLENITUD,
EL ES TODO PARA MI.

Ha mirado la bajeza de su sierva,
muy dichosa me dirán todos los pueblos,
porque en mí ha hecho grandes maravillas
el que todo puede cuyo nombre es: Santo. ℟.

Su clemencia se derrama por los siglos
sobre aquellos que le temen y le aman;
desplegó el gran poder de su derecha,
dispersó a los que piensan que son algo. ℟.

Derribó a los potentados de sus tronos
y ensalzó a los humildes y a los pobres.
Los hambrientos se saciaron de sus bienes
y alejó de sí, vacíos a los ricos. ℟.

Acogió a Israel, su humilde siervo,
acordándose de su misericordia,
como había prometido a nuestros padres,
a Abraham y descendencia para siempre. ℟.


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